lunes, 19 de noviembre de 2012

Crónica del maratón de Valencia (18 de noviembre de 2012)

Espectacular y absolutamente recomendable, así es el maratón de Valencia. Ayer viví una experiencia personal muy fuerte, a todos los niveles, que seguro que me ha marcado como corredora y que probablemente me costará olvidar. Esta podría ser la crónica de un fracaso, pues un calambre en el cuádriceps de la pierna izquierda en el kilómetro 20, con todo el maratón aún por delante, echó por la borda todas mis aspiraciones. Sin embargo, es también la crónica de una lucha física y psicológica por seguir adelante y llegar hasta el final.

Fuente: http://multimedia.levante-emv.com

La aventura de este fin de semana en Valencia empezó el sábado por la mañana. Iba a compañarme Jordi, mi marido, pero al final no pudo ser por motivos de trabajo. Sin embargo no iba a ir sola, ya que otro Jordi (Farré) se inscribió a última hora aprovechando la extensión de los plazos de inscripción al maratón de Valencia debido a la anulación del maratón de Nueva York. Él fue uno entre los miles de personas que, una vez en Estados Unidos, conocieron la tremenda noticia de la cancelación de la carrera. Sin embargo, eso no impidió que realizara su maratón particular (los 42,2 km) dando cuatro vueltas a Central Park. Se está preparando para el Marathon des Sables y el de Valencia fue su décimo maratón sólo este año. Un número que aumentará en breve, pues también tiene previsto correr el maratón de Lisboa antes de final de año. Impresionante.

Fuente: Manolo Portolés de FOTOSFÉNIX
Como os decía, llegamos a Valencia a la hora de comer y nos dirigimos al hotel que habíamos reservado, el Tryp Oceanic, situado junto a la Ciutat de les Arts i les Ciències, escenario de la salida y llegada del maratón. Una paella valenciana con unos amigos y después a recoger el dorsal y la bolsa del corredor. Cuando llegamos, hay mucho ambiente. El entorno es espléndido y hay un grupo tocando música en vivo. Visitamos la Feria del Corredor, cenamos pasta en un restaurante italiano y a dormir. Por la mañana, después de una noche de nervios, nos despertamos a las 6:30 para tomar el desayuno. Un zumo de naranja, un té sin azúcar y una tostada con mermelada es todo mi alimento. Soy incapaz de ingerir nada más. A las 8 nos dirigimos hacia la zona de salida, repartida en cajones según la marca prevista. Todo va sobre ruedas, no tenemos la percepción de haber aglomeraciones, a pesar de las 15.000 personas que van a tomar la salida entre el maratón y la carrera de 10 km. Todos temíamos la presencia de la lluvia, que había estado cayendo durante toda la noche. Sin embargo, el día se presentó soleado y sin viento, aunque con una tremenda humedad ambiental (del 90%) y el asfalto mojado. A las 9 en punto se da la salida y ocurre una incidencia: los atletas africanos confunden la "mascletà" con el pistoletazo de salida y hay que abortar la salida del maratón. Sin embargo, los corredores de los 10 km han salido correctamente, así que este año no se podrá hacer la espectacular foto de salida de las dos carreras simultáneas a lado y lado del puente.

Aunque estoy en el segundo cajón, me lleva dos minutos andando llegar hasta el arco de salida. Allí, pongo en marcha el Garmin y empiezo a correr. En los primeros kilómetros hay muchísima gente y cuesta encontrar un ritmo cómodo. Sin embargo, estoy tranquila y no intento hacer eses ni acelerar para avanzar. He salido muy conservadora pues quiero reservar fuerzas para la segunda parte de la carrera. En el kilómetro 10, ya he estabilizado un ritmo alrededor de 5:03 min/km. La idea es apretar unos segundos más por kilómetro después del medio maratón. Voy muy cómoda, disfrutando muchísimo del recorrido. El ambiente es espectacular: en cada punto kilométrico hay grupos de animación, con música, gente disfrazada... toda la ciudad volcada para animar a los corredores. Increíble. Los puntos de avituallamiento, situados cada 5 km son muy completos y largos. Aunque somos muchos, no tenemos ningún problema en coger las botellas de agua. También hay vasos y botellas de isotónico. Hay también puntos de ayuda (fijos y en bicicletas) donde te ofrecen vaselina y reflex. Mi mente está entretenida, aún falta mucho para acabar. De repente, noto un calambre en el cuádriceps de la pierna izquierda. Estoy en el kilómetro 20. El bajón psicológico es inevitable pues tengo todo el maratón aún por delante.

Fuente: http://multimedia.levante-emv.com
Llego al control del medio maratón intentando aguantar el ritmo. Empiezo a pensar en abandonar, pues ya veo que voy a tener que aflojar e incluso parar dentro de muy poco. Pero el kilómetro 21 está lejísimos de la zona de meta, así que pienso en continuar hasta estar algo más cerca. En el kilómetro 25 tengo que parar. Me ponen reflex en la pierna y vuelvo a correr. Empieza a pasarme una marabunta de gente, yo intento no mirar para no deprimirme aún más. Hacia el kilómetro 28, dentro de un túnel, me adelanta la liebre de 3:45 y me hundo. Han puesto altavoces en los túneles, con música a todo volumen. A pesar de mi situación, se me pone la carne de gallina. El kilómetro 32 está junto a la Ciutat de les Arts i les Ciències. Allí, con la meta tan cerca, te desvían para realizar 10 kilómetros más. El de Valencia es mi cuarto maratón, así que soy consciente de que en este punto es donde empieza el maratón de verdad. Es el momento pienso, aquí me paro, pues para acabar el maratón arrastrándome más vale dejarlo. Tengo pensamientos contradictorios: "¡déjalo!", "¡sigue adelante!". Pienso en todo el sacrificio y las semanas de entrenamiento  invertidas para estar hoy corriendo por las calles de Valencia. Dejo la mente en blanco y me desvío para cubrir los 10 kilómetros que faltan. A partir de aquí es como un sueño, soy consciente de la imagen de abatimiento y dolor que debo estar mostrando, pero voy restando kilómetros uno a uno. Cuando estoy en el 39, unos espectadores nos animan diciendo que sólo quedan tres. Un chico a mi lado me dice: "Sí, pero qué tres, y suerte que me he enganchado a tí durante los últimos kilómetros". No puedo hacer más que reirme, ¡en mi penosa situación aún he podido hacer de liebre!

Aún se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo la parte final del maratón. Un pasillo contínuo repleto de gente animando a lado y lado. La entrada a la Ciutat de les Arts y les Ciències es épica. Cientos de personas gritando y llevándonos casi en volandas hasta la recta de meta. Las lágrimas se me escapan, piso la alfombra azul que me lleva a la pasarela sobre el agua y acelero hacia la meta sin pensar en el dolor. Paro el cronómetro en 3 h 46 min 19 s. Por un momento me sorprendo, no había vuelto a mirar el reloj desde el kilómetro 20 y pensaba que la cosa había sido muchísimo peor. Los voluntarios nos cuelgan la medalla y nos envuelven en una toalla. La plaza parece el escenario de una guerra. Aunque estoy cansada, la pierna no me deja sentarme. Allí, de pie, me tapo la cabeza con la toalla y dejo salir todas mis emociones encontradas en forma de lágrimas: estoy tremendamente triste, tremendamente emocionada, he vivido un espectáculo supremo y he sufrido como nunca antes. He vivido la experiencia del MARATÓN.