Era la 15ª edición de la Marxa dels Castells, prueba puntuable para la Copa Catalana de Marchas de Resistencia, en la que se pueden escoger dos distancias: 54 km y 80 km. El recorrido es de subidas y bajadas constantes, pero de poca importancia, alcanzando un desnivel acumulado de 1.200 m. El circuito, que cada año cambia de sentido, se desarrolla por pequeños pueblos de la comarca de La Segarra, con el gran atractivo de los numerosos castillos que se encuentran a su paso.
Castell de les Sitges. Foto: J. Riambau. |
Es una prueba que se puede realizar corriendo o andando y año tras año aumenta el número de participantes, alcanzando este año los 2.900 inscritos. La salida tenía lugar en Guissona, muy próxima a Tàrrega, con lo que muchos de mis compañeros del club ya la habían hecho, algunos de ellos muchas veces. Sin embargo, yo no me he visto capaz de realizar una distancia tan larga hasta este año. Todos hablaban muy bien de ella, así que me hacía muchísima ilusión.
Después del desastre del medio maratón de hace una semana, pensaba que no estaba en mi mejor momento de forma, así que la ilusión se mezclaba con el miedo a no poder acabar en condiciones. Sin casi poder dormir de los nervios, me levanto a las 4:40. Me tomo un plátano y una botella de Isostar Long Energy. Creo que no es mucho, tengo un amigo que se zampa un plato de macarrones antes de pruebas de este tipo, pero me es imposible comer nada más. La prueba empieza a las 7 de la mañana y es espectacular el ambiente que se respira, tantos miles de personas en una ciudad tan pequeña. Aún está oscuro, pero el sol saldrá pronto, así que no es necesario llevar frontal. Me recomiendan que me sitúe en las primeras líneas, pues enseguida empiezan tramos de senderos que hacen muy difícil adelantar. A las 7 en punto, al estruendo de un trabucazo, se da la salida.
L'Aranyó. Foto: J. Riambau. |
Foto: Esports Truga, Cervera. |
Foto: Esports Truga, Cervera. |
En el kilómetro 35 ya estoy corriendo sola. Tengo algunos corredores sueltos por delante y algunos por detrás. Me tranquiliza su referencia, pues mi mayor miedo en este tipo de pruebas es perderme. Pasamos un túnel bajo la autovía y por primera vez tengo que ponerme a caminar en una dura subida de 400 metros. Llegamos a Cervera, la capital de la comarca. En el polideportivo han preparado lo que será la comida de la jornada. Algunos corredores ni siquiera entran, supongo que para evitar tentaciones, pero yo lo hago fugazmente para coger un vaso de caldo caliente que me sienta de maravilla. A lo lejos vislumbro los bocatas de longaniza.
Ahora nos encaramos de nuevo hacia Guissona. Atravesamos alguna carretera y la vía del tren, ya hay letreros que avisan de que tengamos cuidado. El paisaje es verdaderamente espectacular, con la campiña tan verde en esta época del año, los almendros en flor y la silueta de la Sierra del Montsec y las cumbres nevadas de los Pirineos al fondo. Aunque hoy no es importante, me fijo anecdóticamente en mi paso por la distancia del maratón: son 4:15 h. Mi cabeza está puesta más allá, faltan 12 km. El último punto de control lo encontramos en el avituallamiento del km 49.De nuevo paso por alto las exquisiteces gastronómicas y, con otro gajo de naranja, encaro mis últimos 5 km. Sigo encontrándome bien, noto algo cargados los cuádriceps y los gemelos, pero nada importante.
Cumbres pirenaicas al fondo. Foto: J. Riambau (edición 2013). |
No queda ya nada, estamos entrando en Guissona y sólo quedan 2 kilómetros, pero justamente por estar tan cerca se hacen los más largos. Entro al pabellón polideportivo, me escanean la tarjeta de control y me felicitan por ser la tercera mujer. Han sido 5 h 30 min. Ahora sí, me tomo tres vasos de zumo y coca con chocolate. También me llevo el bocata de longaniza, ¡creo que me lo merezco!